lunes, 5 de junio de 2017

LAS MENINAS

Las meninas
Las meninas, como se conoce a este cuadro desde el siglo XIX, o La familia de Felipe IV según se describe en el inventario de 1734, se considera la obra maestra del pintor del siglo de oro español Diego Velázquez. Acabado en 1656 según Antonio Palomino, fecha unánimemente aceptada por la crítica, corresponde al último periodo estilístico del artista, el de plena madurez. Es una pintura realizada al óleo sobre un lienzo de grandes dimensiones formado por tres bandas de tela cosidas verticalmente, donde las figuras situadas en primer plano se representan a tamaño natural. Es una de las obras pictóricas más analizadas y comentadas en el mundo del arte.

Aunque fue descrito con cierto detalle por Antonio Palomino y mencionado elogiosamente por algunos artistas y viajeros que tuvieron la oportunidad de verlo en el palacio, no alcanzó auténtica reputación internacional hasta 1819, cuando tras la apertura del Museo del Prado pudo ser copiado y contemplado por un público más amplio. Desde entonces se han ofrecido de él diversas interpretaciones, sintetizadas por Jonathan Brown en tres grandes corrientes. La realista, cronológicamente la primera, defendida por Stirling-Maxwell y Carl Justi, ponía el acento en la fidelidad del «momento captado» con la que el pintor se anticipaba al realismo de la fotografía, valorando con Édouard Manet y Aureliano de Beruete los medios técnicos empleados. La publicación en 1925 del artículo dedicado a La librería de Velázquez por Sánchez Cantón, con el inventario de la biblioteca que poseía Velázquez, abrió el camino a nuevas interpretaciones de carácter histórico-empírico basadas en el reconocimiento de los intereses literarios y científicos del pintor. La presencia en la biblioteca del pintor de libros como los Emblemas de Alciato o la Iconología de Cesare Ripa estimuló la búsqueda de variados significados ocultos y contenidos simbólicos en Las meninas. Con Michel Foucault y el posestructuralismo nace la última corriente interpretativa, de carácter filosófico. Foucault descarta la iconografía y su significación y prescinde de los datos históricos para explicar esta obra como una estructura de conocimiento en la que el espectador se hace partícipe dinámico de su representación.

El tema central es el retrato de la infanta Margarita de Austria, colocada en primer plano, rodeada por sus sirvientes, «las meninas», aunque la pintura representa también otros personajes. En el lado izquierdo se observa parte de un gran lienzo, y detrás de este el propio Velázquez se autorretrata trabajando en él. El artista resolvió con gran habilidad todos los problemas de composición del espacio, gracias al dominio que tenía del color y a la gran facilidad para caracterizar a los personajes. El punto de fuga de la composición se encuentra cerca del personaje que aparece al fondo abriendo una puerta, donde la colocación de un foco de luz demuestra, de nuevo, la maestría del pintor, que consigue hacer recorrer la vista de los espectadores por toda su representación. Un espejo colocado al fondo refleja las imágenes del rey Felipe IV y su esposa Mariana de Austria, medio del que se valió el pintor para dar a conocer ingeniosamente lo que estaba pintando, según Palomino, aunque algunos historiadores han interpretado que se trataría del reflejo de los propios reyes entrando a la sesión de pintura o, según otros, posando para ser retratados por Velázquez, siendo en este caso la infanta Margarita y sus acompañantes quienes visitan al pintor en su taller.

Las figuras de primer término están resueltas mediante pinceladas sueltas y largas con pequeños toques de luz. La falta de definición aumenta hacia el fondo, siendo la ejecución más somera hasta dejar las figuras en penumbra. Esta misma técnica se emplea para crear la atmósfera nebulosa de la parte alta del cuadro, que habitualmente ha sido destacada como la parte más lograda de la composición. El espacio arquitectónico es más complejo que en otros cuadros del pintor, siendo el único donde aparece el techo de la habitación. La profundidad del ambiente está acentuada por la alternancia de las jambas de las ventanas y los marcos de los cuadros colgados en la pared derecha, así como la secuencia en perspectiva de los ganchos de araña del techo. Este escenario en penumbra resalta el grupo fuertemente iluminado de la infanta.

Como sucede con la mayoría de las pinturas de Velázquez la obra no está fechada ni firmada y su datación se apoya en la información de Palomino y la edad aparente de la infanta, nacida en 1651. Se halla expuesta en el Museo del Prado de Madrid, donde ingresó en 1819 procedente de la colección real.








ASPECTOS GENERALES DEL RENACIMIENTO

Aspectos generales del renacimiento.

Contexto histórico:



El Renacimiento marca el inicio de la Edad Moderna, un período histórico que por lo general se suele establecer entre el descubrimiento de América en 1492 y la Revolución francesa en 1789, y que, en el terreno cultural, se divide en el Renacimiento (siglos xv y xvi) y el Barroco (siglos xvii y xviii), con subdivisiones como el manierismo, el rococó y el neoclasicismo. Otros historiadores sitúan la fecha de inicio en 1453, caída de Constantinopla, o bien remarcan un hecho trascendental como la invención de la imprenta (hacia 1440 aproximadamente, de la mano de Johannes Gutenberg).2

Los antecedentes históricos del Renacimiento cabe situarlos en la decadencia del mundo medieval ocurrida a lo largo del siglo xv por diversos factores, como el declive del Sacro Imperio Romano Germánico, el debilitamiento de la Iglesia católica a causa de los cismas y los movimientos heréticos —que darían origen a la Reforma protestante—, la profunda crisis económica derivada del anquilosamiento del sistema feudal, y la decadencia de las artes y las ciencias, lastradas por una teología escolástica sumida en el escepticismo.3

Frente a esta decadencia, los principales centros académicos europeos buscaron regenerarse a través del retorno a los valores de la cultura clásica grecorromana. A su vez, comenzó a fraguarse una nueva sociedad fundamentada en el auge de los nuevos estados centralizados, con poderosos ejércitos y administraciones burocratizadas —inicio del autoritarismo monárquico preconizado por Maquiavelo—, así como en el crecimiento demográfico y una economía centrada en una nueva clase social emergente, la burguesía, que puso los cimientos del capitalismo y una economía mercantil y preindustrial; todo ello coadyuvado por el progreso técnico y científico experimentado durante este período, fundamentado en la imprenta y la consiguiente velocidad de difusión de las novedades.4 Surgió así una visión del mundo más antropocéntrica, desligada de la religión y el teocentrismo medieval, en la que el hombre y los avances científicos supondrán la nueva forma de valorar el mundo: el humanismo, un término inicialmente aplicado a los especialistas en disciplinas grecolatinas (derecho, retórica, teología y arte), que se haría extensivo a filósofos, artistas, científicos y cualquier estudioso de las diversas ramas del conocimiento que comenzaron entonces a aglutinarse en un concepto de cultura general.3

En Italia, el epicentro de la cultura renacentista, la división del territorio en ciudades-estado con diferentes regímenes políticos —repúblicas como Florencia o Venecia, estados monárquicos como Milán y Nápoles o el dominio papal en Roma— propició el ascenso de una élite económica que patrocinó la cultura y el arte como instrumentos de propaganda del estado, cada uno rivalizando con los demás en magnificencia y esplendor. La educación se volvió más accesible, dejando de estar circunscrita al clero, y se favoreció el debate intelectual, con la fundación de universidades y el patrocinio de la literatura.5

Por su parte, el siglo xvi estaría marcado por los grandes descubrimientos geográficos iniciados con la llegada de Colón a América en 1492 (establecimiento de la ruta del Cabo por Vasco da Gama, 1498; vuelta al mundo de Magallanes, 1519-1521; desembarco de Cortés en México, 1519; conquista de Perú por Pizarro, 1530-1533), así como por la ruptura de la unidad cristiana causada por la Reforma protestante de Martín Lutero (1520), el desarrollo de la ciencia y la técnica (Nova Scientia de Tartaglia, 1538; De revolutionibus de Copérnico, 1543; Anatomía de Vesalio, 1543) y la expansión del humanismo (Erasmo de Róterdam, Giovanni Pico della Mirandola, Ludovico Ariosto, Tomás Moro, Juan Luis Vives, François Rabelais)

Definición




El término «Renacimiento» procede del italiano Rinascita y fue acuñado por el artista e historiador Giorgio Vasari en sus Vidas (1542–1550), en alusión al renacer de la cultura clásica tras el oscurantismo medieval. Como tal, supone un fenómeno tanto social como político y cultural que abarcó todo el continente europeo durante los siglos xv y xvi.3 En la historiografía moderna, la primera definición del Renacimiento procede del historiador francés Jules Michelet (La Renaissance, 1855),6 mientras que la visión actual del mundo renacentista fue forjada por Jacob Burckhardt en su ensayo La cultura del Renacimiento en Italia (1860).4

Aunque se suele situar el inicio del Renacimiento en el siglo xv numerosos historiadores lo retrotraen al siglo xiv o aun al xiii, a la obra de algunos artistas considerados precursores, como Cimabue y Giotto en pintura o Nicola Pisano en escultura. Estos sentaron las bases de los primeros artistas plenamente renacentistas en la Florencia del primer cuarto del siglo xv, como el pintor Masaccio, el escultor Donatello o el arquitecto Brunelleschi, todos ellos interesados en el naturalismo, la armonía y las proporciones matemáticas. 7

En este clima cultural de renovación, basado en modelos de la antigüedad clásica, surgió a principios del siglo xv un movimiento artístico en Italia de gran vitalidad, que se extendería de inmediato a otros países de Europa.8 El artista tomó conciencia de individuo con valores intrínsecos, se sintió atraído por la cultura y el saber en general, y comenzó a estudiar los modelos de la antigüedad, a la vez que estudiaba disciplinas como la anatomía e investigaba nuevas técnicas, como el claroscuro y la perspectiva, desarrollándose enormemente las formas de representar el mundo natural con fidelidad. El paradigma de esta nueva actitud es Leonardo da Vinci, quien se interesó por múltiples ramas del saber, pero del mismo modo Miguel Ángel Buonarroti, Rafael Sanzio, Sandro Botticelli y Bramante fueron artistas conmovidos por la imagen de la antigüedad y preocupados por desarrollar nuevas técnicas escultóricas, pictóricas y arquitectónicas, así como por la música, la poesía y la nueva sensibilidad humanística.9

No cabe duda de que el Renacimiento evolucionó en buena medida del arte medieval, una parte del cual no había dejado de valorar e imitar el arte clásico; pero el artista renacentista buscó imperiosamente distanciarse de la etapa posterior, a la que menospreciaban por su supeditación a los valores religiosos y por su estilo antinaturalista, proveniente no de una falta de habilidad técnica en imitar a la naturaleza, sino de una voluntad propia de eludirla para enfatizar otros valores más subjetivos, ligados a la espiritualidad. Sin embargo, el propio artista renacentista no valoró este hecho y se sintió distinto, «renacido»; así, Lorenzo Valla llegó a afirmar que no sabía por qué las artes «habían decaído hasta tal punto, y casi muerto; ni tampoco por qué habían resurgido en esa época; apareciendo y triunfando tantos buenos artistas y escritores».10


David (1440), de Donatello, Museo Nazionale del Bargello, Florencia. En esta obra se representa un personaje bíblico como un héroe de la Antigüedad clásica, una clara muestra del nuevo concepto renacentista del arte.
Buena parte del surgimiento de esta nueva escala de valores, en que artistas y literatos serán exaltados por encima de personajes de noble cuna, proviene del sistema de ciudades-estado italianas de tipo republicano, alejadas así de los modos autoritarios de la aristocracia y el clero, con sociedades en que se valoraba más el mérito propio que no el proveniente del nacimiento en una determinada estirpe. En esta nueva sociedad se valora más la virtud cívica que la caballeresca o contemplativa, el talento personal —fuese en los negocios, la ciencia o el arte— que el rancio abolengo.11

Conviene remarcar que un factor que coadyuvó enormemente al éxito de las nuevas teorías artísticas fue el mecenazgo, tanto de ciudades y entidades de diversa índole como de personajes provenientes tanto de la aristocracia y el clero como de la nueva burguesía emergente. Para estos personajes, el patronazgo de la cultura era una señal de poder y estatus social, que otorgaba a quien lo ejercía prestigio y ostentación frente a sus semejantes. Algunos de los mecenas más distinguidos fueron: el florentino Lorenzo de Médicis, apodado «el Magnífico»; Federico da Montefeltro, duque de Urbino; Ludovico Gonzaga, marqués de Mantua; Alfonso el Magnánimo, rey de Nápoles; Francesco y Ludovico Sforza, duques de Milán; además de los papas y cardenales de la Iglesia.12

El artista renacentista es heredero de los preceptos de la cultura clásica, pero los reiterpreta a través del humanismo, reafirmando los valores intrínsecos del mundo perceptible y del ser humano como parte de esa realidad sensible. Aunque no renuncia a la religión y los valores de la realidad cristiana, da preponderancia a esta nueva visión humanística por encima de la trascendencia religiosa. Así, a la visión estática del universo preponderante durante la Edad Media se sucede una visión dinámica que se sustenta en la exprimentación y en la revalidación del método científico como fuente de conocimiento.13 Por otro lado, los nuevos valores supremos del artista serán la belleza y la armonía, desligadas de la religión y sustentadas en el estudio de la naturaleza, que a través de la medida y la proporción otorgan al artista nuevas herramientas para realizar sus obras.14

Mientras surgía en Florencia el Quattrocento o Primer Renacimiento italiano —así llamado por desarrollarse durante los años de 1400 (siglo xv)—, originado por la búsqueda de los cánones de belleza clásicos y de las bases científicas del arte, se produjo un fenómeno similar y coetáneo en Flandes —especialmente en pintura—, basado principalmente en la observación de la naturaleza. Este Primer Renacimiento tuvo gran difusión en la Europa Oriental: la fortaleza moscovita del Kremlin, por ejemplo, fue obra de artistas italianos.9

La segunda fase del Renacimiento, o Cinquecento (siglo xvi), estuvo marcada por la hegemonía artística de Roma, cuyos papas (Julio II, León X, Clemente VII y Pablo III, algunos de ellos pertenecientes a la familia florentina de los Médici) apoyaron fervorosamente el desarrollo de las artes, así como la investigación de la antigüedad clásica. Sin embargo, con las guerras de Italia (saco de Roma en 1527), muchos de estos artistas emigraron y propagaron las teorías renacentistas por toda Europa.9

Así, a lo largo del siglo xvi el Renacimiento italiano se extendió por toda Europa, desde Portugal hasta Escandinavia, y desde Francia hasta Rusia. Muchos artistas viajaron en busca de formación o mecenazgo, y las grandes cortes europeas —como Fontainebleau, Madrid, Praga o Dresde— se llenaron de artistas de múltiples nacionalidades. Se valoraba especialmente a los artistas italianos, pero numerosos extranjeros que fueron a formarse a Italia adquirieron así una nueva reputación. Un factor coadyuvante de la difusión del nuevo arte fue el grabado, cuya fabricación en serie permitió expandir las obras de los artistas por todo el continente.15 También aumentó considerablemente el mercado del arte, y la labor de los marchantes fue esencial para conectar a artistas y compradores; uno de los mayores centros de mercado del arte de la época fue Amberes.16 También creció el coleccionismo, y aparecieron las llamadas «cámaras de arte» (Kunstkammern), generalmente pertenecientes a personajes de la aristocracia y la realeza, unas estancias donde se exponían objetos de arte de todo tipo, libros y objetos de toda clase, e incluso minerales o muestras naturales, de la flora y la fauna; una de las más afamadas fue la de Rodolfo II en Praga.

Características

De forma genérica se pueden establecer las características del Renacimiento en:

-La «vuelta a la antigüedad»: resurgieron tanto las antiguas formas arquitectónicas como el orden clásico y la utilización de motivos formales y plásticos antiguos. Asimismo, se tomaron como motivos temáticos la mitología clásica y la historia, así como la adopción de antiguos elementos simbólicos. Con ello el objetivo no era efectuar una copia servil, sino la penetración y el conocimiento de las leyes que sustentan el arte clásico. Buena parte de esta revalorización del arte clásico vino por los hallazgos arqueológicos de piezas como monedas, camafeos o esculturas romanas, así como la recuperación de tratados clásicos como los de Vitruvio, esenciales en la renovación de la arquitectura.8
-Surgimiento de una nueva «relación con la naturaleza», que iba unida a una concepción ideal y realista de la ciencia. La matemática se va a convertir en la principal ayuda de un arte que se preocupa incesantemente en fundamentar racionalmente su ideal de belleza. La aspiración de acceder a la verdad de la naturaleza, como en la antigüedad, no se orienta hacia el conocimiento de fenómeno casual, sino hacia la penetración de la idea.8
-El Renacimiento hace al «hombre» medida de todas las cosas. Presupone en el artista una formación científica, que le hace liberarse de las actitudes gremiales y mecanicistas más propias del medievo y elevarse en la escala social. Esto supone revestir al artista de una nueva consideración, la de «creador». La figura humana es el nuevo centro de interés del artista, que estudia con detenimiento la anatomía para hacer una representación fidedigna, al tiempo que valora aspectos como el movimiento y la expresión.8
-El «mecenazgo»: las clases altas patrocinaban y encargaban obras constantemente, ya que el arte era visto como un instrumento de prestigio y refinamiento, lo que condujo a un momento de gran brillantez en todas las disciplinas artísticas. Los principales centros de mecenazgo fueron la Florencia de los Médicis en el Quattrocento y la Roma papal en el Cinquecento


Estética

Ejemplo canónico para representar la cabeza humana acorde con La Divina Proporción de Luca Pacioli.
La cultura renacentista supuso el retorno al racionalismo, al estudio de la naturaleza, la investigación empírica, con especial influencia de la filosofía clásica grecorromana. La estética renacentista se basó tanto en la antigüedad clásica como en la estética medieval, por lo que a veces resultaba algo contradictoria: la belleza oscilaba entre una concepción realista de imitación de la naturaleza y una visión ideal de perfección sobrenatural, siendo el mundo visible el camino para ascender a una dimensión suprasensible.18

Uno de los primeros teóricos del arte renacentista fue Cennino Cennini: en su obra Il libro dell'arte (1400) sentó las bases de la concepción artística del Renacimiento, defendiendo el arte como una actividad intelectual creadora, y no como un simple trabajo manual. Para Cennini el mejor método para el artista es retratar de la naturaleza (ritrarre de natura), defendiendo la libertad del artista, que debe trabajar «como le place, según su voluntad» (come gli piace, secondo sua volontà). También introdujo el concepto de «diseño» (disegno), el impulso creador del artista, que forja una idea mental de su obra antes de realizarla materialmente, concepto de vital importancia desde entonces para el arte moderno.19

En ese contexto surgieron varios tratados más acerca del arte, como los de Leon Battista Alberti (De Pictura, 1436-1439; De re aedificatoria, 1450; y De Statua, 1460), o Los Comentarios (1447) de Lorenzo Ghiberti. Alberti recibió la influencia aristotélica, pretendiendo aportar una base científica al arte. También habló de decorum, el tratamiento del artista para adecuar los objetos y temas artísticos a un sentido mesurado, perfeccionista.20 Fue Alberti quien agrupó a la arquitectura, la escultura y la pintura en el grupo de las artes liberales, ya que hasta entonces eran consideradas como artesanía; con ello, elevó al artista a la categoría de creador intelectual.21 Ghiberti fue el primero en periodificar la historia del arte, distinguiendo antigüedad clásica, período medieval y lo que llamó «renacer de las artes» (Renacimiento).22

El Renacimiento puso especial énfasis en la imitación de la naturaleza, lo que consiguió a través de la perspectiva o de estudios de proporciones, como los realizados por Luca Pacioli sobre la sección áurea: en De Divina Proportione (1509) habló del número áureo —representado por la letra griega φ (fi)—, el cual posee diversas propiedades como relación o proporción, que se encuentran tanto en algunas figuras geométricas como en la naturaleza, en elementos tales como caracolas, nervaduras de las hojas de algunos árboles, el grosor de las ramas, etc. Asimismo, atribuyó un carácter estético especial a los objetos que siguen la razón áurea, así como les otorgó una importancia mística.23

Por otro lado, Giorgio Vasari, en Vida de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos desde Cimabue hasta nuestros tiempos (1542–1550), fue uno de los predecesores de la historiografía del arte, al confeccionar una crónica de los principales artistas de su tiempo.

La arquitectura del Barroco.

                     ARQUITECTURA  DEL BARROCO.

La arquitectura barroca es un período de la historia de la arquitectura que vino precedida del Renacimiento y del Manierismo; se generó en Roma durante el siglo XVII y se extendió hasta mediados del siglo XVIII por los Estados absolutistas europeos.

El término Barroco, derivado del portugués "barru", "perla de forma diferente o irregular", se utilizó en un primer momento de forma despectiva para indicar la falta de regularidad y orden del nuevo estilo. La característica principal de la arquitectura barroca fue la utilización de composiciones basadas en puntos, curvas, elipses y espirales, así como figuras policéntricas complejas compuestas de motivos que se intersectaban unos con otros. La arquitectura se valió de la pintura, la escultura y los estucados para crear conjuntos artísticos teatrales y exuberantes que sirviesen para ensalzar a los monarcas que los habían encargado.

En algunos países europeos como Francia e Inglaterra y en otras regiones de la Europa septentrional se produjo un movimiento más racionalista derivado directamente del Renacimiento que se denominó Clasicismo barroco. A lo largo del siglo XVIII se fue desarrollando en Francia un movimiento derivado del Barroco que multiplicaba su exuberancia y se basaba fundamentalmente en las artes decorativas que se denominó Rococó y se acabó exportando a buena parte de Europa.


Cúpula de la Basílica de San Pedro de Roma.
Contrariamente a las teorías según las cuales el movimiento barroco surgió a partir del Manierismo, fue el Renacimiento tardío el movimiento que acabó desencadenando en último término el Barroco. De hecho, la arquitectura manierista no fue suficientemente revolucionaria para evolucionar radicalmente, en un sentido espacial y no sólo superficial, a partir de los estilos de la antigüedad a los nuevos fines populares y retóricos de la época del contrarreformismo.

Ya en el siglo XVI, Miguel Ángel Buonarroti había anunciado el Barroco de una forma colosal y masiva en la cúpula de la Basílica de San Pedro de Roma, así como las alteraciones en las proporciones y las tensiones de los órdenes clásicos expresados en la escalera de acceso a la Biblioteca Laurenciana de Florencia, del mismo autor, y la enorme cornisa añadida al Palacio Farnese. Estas intervenciones habían suscitado diversos comentarios en su época por su brusca alteración de las proporciones clásicas canónicas. No obstante, en otras obras Miguel Ángel había cedido a la influencia manierista, por lo que fue sólo tras el fin del Manierismo cuando se redescubrió a Miguel Ángel como el padre del Barroco.

El nuevo estilo se desarrolló en Roma, y alcanzó su momento álgido entre 1630 y 1670; a partir de entonces el Barroco se extendió por el resto de Italia y de Europa.

La influencia del Barroco no se limitó al siglo XVII; a principios del siglo XVIII se desarrolló el estilo denominado Rococó, que no siendo una pura continuación del primero podría ser considerado como la última fase del Barroco.

                       Temas de la arquitectura barroca.


Urbanismo.

En 1585 el Papa Sixto V inició las obras para la transformación urbana de Roma, encargando a Domenico Fontana la conexión entre los principales edificios religiosos de la ciudad por medio de grandes ejes viarios rectilíneos. El proyecto, que se basaba en la ratificación de Roma como ciudad santa, estableció el precedente para las intervenciones que se habrían de llevar a cabo en diversas ciudades europeas.

A la planificación centralizada de la ciudad ideal renacentista se contrapone la visión de la ciudad capital barroca, más dinámica y abierta a sus propios límites, y al mismo tiempo punto de referencia para todo el territorio. En Roma, los centros focales del panorama urbano se subrayaron mediante la colocación de antiguos obeliscos egipcios y altas cúpulas, mientras que en París los nodos del sistema viario se definieron por medio de plazas simétricas, en cuyo centro se colocaba la estatua del soberano.

En líneas generales, la plaza barroca cedió su función tradicional cívica y pública para convertirse en un medio de exaltación de la ideología religiosa o política, como en el caso de las plazas reales francesas (la Plaza de los Vosgos o la Plaza Vendôme, por ejemplo) o de la Plaza de San Pedro de Roma.

 


Iglesias.

Entre las iglesias, el punto de partida de la arquitectura barroco puede considerarse la Iglesia del Gesù de Roma, construida a partir de 1568 según el proyecto de Jacopo Vignola. El edificio, que representa una síntesis entre la arquitectura renacentista, manierista y barroca, satisfacía plenamente las nuevas exigencias surgidas tras la Contrarreforma: la disposición longitudinal de la planta permitía acoger al mayor número de fieles, mientras que la planta de cruz latina con numerosas capillas laterales suponía un retorno a la tradición del Concilio de Trento. Así de hecho lo hará constar una figura tan importante como el cardenal Borromeo:




Una iglesia ha de tener una planta en forma de cruz, de acuerdo con la tradición; las plantas circulares se usaban en tiempos del paganismo y raramente en iglesias cristianas.





Por otro lado, la presencia de una cúpula subrayaba la centralidad del espacio hacia el fondo de la nave, y presagiaba la búsqueda de una integración entre el esquema longitudinal y el centralizado. También la fachada, construida según el proyecto de Giacomo della Porta, anticipaba los elementos más marcadamente barrocos, comparables a los de los alzados de Santa Susana y San Andrés del Valle.
De este modelo derivaron una serie de iglesias de planta longitudinal centralizada o planta central alargada, caracterizadas por el eje longitudinal y por la presencia de un elemento catalizador de la composición, generalmente una cúpula.se construyó en los años 1985.
Si los arquitectos manieristas alteraban la composición rigurosa de las fachadas renacentistas añadiéndoles temas y decoraciones caracterizadas por un intelectualismo refinado, pero sin modificar la lógica planimétrica y estructural de la fachada de los edificios, los arquitectos barrocos modificaron tanto la composición en planta como en fachada, generando una concepción nueva del espacio. Las fachadas de las iglesias dejaron de ser la continuación lógica de la sección interna, para convertirse en organismos plásticos que marcaban la transición entre el espacio exterior y el interior. El espacio interior, por tanto, estaba compuesto a partir de figuras complejas basadas en elipses y líneas curvas, y se definía a través del movimiento de los elementos espaciales, diferenciándose radicalmente de la concepción renacentista que generaba una sucesión uniforme de elementos dispuestos de forma simétrica entre ellos.

Palacios.

En la arquitectura civil del momento se puede distinguir entre dos tipos de construcciones nobles: el palacio, situado generalmente en el interior de la ciudad, y la villa del campo.
El palacio italiano y sus derivados europeos permanecieron fieles a la tipología residencial desarrollada durante el Renacimiento, con un cuerpo edificado cerrado en torno a un patio interno. Se dotó a las fachadas principales de cuerpos centrales resaltados y decorados mediante el uso de órdenes gigantes, que ya habían sido anticipados por Palladio. Se extendieron los ejes de simetría al interior del edificio, donde se abrían el vestíbulo y el patio interno; por ejemplo, el eje longitudinal introducido en el Palacio Barberini de Roma contribuía a la definición de la planta y subrayaba la conexión con el exterior del edificio. Por otro lado, este palacio constituyó un punto importante del desarrollo de la tipología residencial palaciega italiana: la planta se constituía en forma de H, y la entrada se producía mediante un profundo atrio que iba haciéndose más estrecho sucesivamente, hasta llegar a una sala elíptica que servía de centro nodal al palacio entero.

En Francia, no obstante, el palacio urbano de la nobleza, denominado hôtel, recuperó para sí el esquema de los castillos medievales. El clima más duro reclamaba una optimización del soleamiento en las principales estancias, lo que generó fachadas escalonadas y grandes alas laterales. El cuerpo principal se encontraba retrasado respecto a la calle y precedido de la cour d'honneur, un espacio de transición abierto al exterior que al mismo tiempo separaba el palacio de la ciudad. Un ejemplo de este esquema es el parisino Palacio del Luxemburgo, construido a partir de 1615 por Salomon de Brosse. Aquí, a diferencia de otros edificios del mismo estilo y época, los pabellones angulares no fueron destinados a locales de servicio, sino que contenían estancias principales en cada planta.

Fue notable el desarrollo francés de residencias en el campo, los denominados châteaux, que llevaron a la realización de extensos complejos de los que partían los ejes viarios principales que ordenaban el entorno. Entre ellos cabe destacar el Palacio de Vaux-le-Vicomte (1656-1659), proyectado por Louis Le Vau, y el Palacio de Versalles, máximo símbolo del absolutismo francés y cuyas labores de reconstrucción fueron iniciadas por el mismo Le Vau por encargo de Luis XIV.

          Arquitectura tardobarroca y rococó.

Características generales.




  • Arquitecturas cargadas de detalles y complejas. No reniega de las formas clásicas (columnas, arcos, frontones, frisos), pero las transforma de manera fantasiosa. A veces el edificio llega a ser como una gran escultura. Los entablamentos adoptan la curva y los frontones se parten y adoptan curvas, contracurvas y espirales.    
  • Se adopta la elíptica oval y otras formas (como la de abeja de Borromini). Las paredes son cóncavas y convexas, es decir siempre onduladas. Se llega al abandono de líneas rectas y superficies planas
  • Se adopta un nuevo tipo de planta que ofrece planos oblicuos para dar sensación de movimiento (espacios dinámicos), en la más estática de las artes. Gusta de representar o sugerir el infinito (un camino que se pierde, una bóveda celeste, un juego de espejos que altere y haga irreconocibles las perspectivas). Éxito del orden gigante, con columnas que abarcan 2 o 3 pisos. No faltan los campanarios, solos o en pareja, muy decorados.
  • Se utilizan efectos de luz, juegos de perspectiva. Da importancia a la luz y efectos luminosos, a través del claroscuro. Búsqueda de la sorpresa. Gusto por lo dramático, escenográfico y teatral.
  • Gran riqueza decorativa y exuberancia formal tanto en los espacios interiores como al exterior, aunque más sobrio. Amor desenfrenado por lo curvilíneo y el triunfo de la columna salomónica. Arcos y frontones mixtilíneos, ventanas ovaladas. El arco descansa sobre la columna por medio de un entablamento (al modo romano), o descansa directamente sobre el capitel (modo bizantino). Ambos modos fueron empleados en el Renacimiento. Se utilizan grandes cartelas.
  • La creación de nuevas tipologías para edificios concretos. Las obras son: palacios, religiosas, urbanísticas, grandes jardines y galerías (que luego daría lugar a las galerías de arte).

artes gráficas y decorativas del barroco.


            Artes gráficas y decorativas del barroco.


Las artes gráficas: tuvieron una gran difusión durante el Barroco, continuando el auge que este sector tuvo durante el Renacimiento. La rápida profusión de grabados a todo lo largo de Europa propició la expansión de los estilos artísticos originados en los centros de mayor innovación y producción de la época, Italia, Francia, Flandes y Países Bajos —decisivos, por ejemplo, en la evolución de la pintura española—. Las técnicas más empleadas fueron el aguafuerte y el grabado a punta seca. Estos procedimientos permiten a un artista confeccionar un diseño sobre una placa de cobre en sucesivas etapas, pudiendo ser retocado y perfeccionado sobre la marcha. Los diversos grados de desgastamiento de las placas permitían realizar unas 200 impresiones al aguafuerte —aunque siendo solo las 50 primeras de una calidad excelente—, y unas 10 a la punta seca.81 En el siglo XVII los principales centros de producción de grabados estaban en Roma, París y Amberes. En Italia fue practicado por Guido Reni, con un dibujo claro y firme de corte clasicista; y Claude Lorrain, autor de aguafuertes de gran calidad, especialmente en los sombreados y la utilización de líneas entrelazadas para sugerir distintos tonos, por lo general en paisajes. En Francia destacaron: Abraham Bosse, autor de unos 1500 grabados, generalmente escenas de género; Jacques Bellange, autor de representaciones religiosas, influido por Parmigianino; y Jacques Callot, formado en Florencia y especializado en figuras de mendigos y seres deformes, así como escenas de la novela picaresca y la commedia dell'arte —su serie de Grandes miserias de la guerra influyó en Goya—.82 En Flandes, Rubens fundó una escuela de burilistas para divulgar más eficazmente su obra, entre los que destacó Lucas Vorsterman I; también Anton van Dyck cultivó el aguafuerte. En España el grabado fue practicado principalmente por José de Ribera, Francisco Ribalta y Francisco Herrera el Viejo.83 Uno de los artistas que más empleó la técnica del grabado fue Rembrandt, que alcanzó cotas de gran maestría no solo en el dibujo sino también en la creación de contrastes entre luces y sombras. Sus grabados fueron muy cotizados, como se puede comprobar con su aguafuerte Cristo curando a un enfermo (1648-1650), que se vendió por cien florines, una cifra récord en la época.



Las artes decorativas: también tuvieron una gran expansión en el siglo XVII, debido principalmente al carácter decorativo y ornamental del arte barroco, y al concepto de «obra de arte total» que se aplicaba a las grandes realizaciones arquitectónicas, donde la decoración de interiores tenía un papel protagonista, como medio de plasmar la magnificencia de la monarquía o el esplendor de la Iglesia contrarreformista. En Francia, el lujoso proyecto del Palacio de Versalles conllevó la creación de la Manufacture Royale des Gobelins —dirigida por el pintor del rey, Charles Le Brun—, donde se manufacturaban todo tipo de objetos de decoración, principalmente mobiliario, tapicería y orfebrería. La confección de tapices tuvo un significativo incremento en su producción, y se encaminó a la imitación de la pintura, con la colaboración en numerosos casos de pintores de renombre que elaboraban cartones para tapices, como Simon Vouet, el propio Le Brun o Rubens en Flandes —país que también fue un gran centro productor de tapicería, que exportaba a todo el continente, como los magníficos tapices de Triunfos del Santo Sacramento, confeccionados para lasDescalzas Reales de Madrid
La orfebrería también alcanzó niveles de elevada producción, especialmente en plata y piedras preciosas. En Italia surgió una nueva técnica para revestir telas y objetos como altares o tableros de mesa con piedras semipreciosas como el ónice, la ágata, la cornalina o el lapislázuli. En Francia, como el resto de manufacturas fue objeto de protección real, y fue tal la profusión de objetos de plata que en 1672 se promulgó una ley que limitaba la producción de objetos de este metal. La cerámica y el vidrio continuaron generalmente con las mismas técnicas de elaboración que en el período renacentista, destacando la cerámica blanca y azul de Delft (Holanda) y el vidrio pulido y tallado de Bohemia.85 El vidriero de Murano Nicola Mazzolà fue artífice de un tipo de vidrio que imitaba la porcelana china. También continuó la elaboración de vidrieras para iglesias, como las de la iglesia parisina de Saint-Eustache (1631), diseñadas por Philippe de Champaigne.

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Uno de los sectores que cobró más relevancia fue la ebanistería, caracterizada por las superficies onduladas (cóncavas y convexas), con volutas y diversos motivos como cartelas y conchas. En Italia destacaron: el armario toscano de dos cuerpos, con balaustradas de broncey decoración de taracea de piedras duras; el escritorio ligur de dos cuerpos, con figuras talladas y superpuestas (bambochos); y el sillón entallado veneciano (tronetto), de exuberante decoración. En España surgió el bargueño, cofre rectangular con asas, con numerosos cajones y compartimentos. El mobiliario español continuó con la decoración de estilo mudéjar, mientras que el Barroco se denotaba en las formas curvas y el uso de columnas salomónicas en las camas. Aun así, predominó la austeridad de signo contrarreformista, como se denota en el sillón llamado frailero (o misional en Hispanoamérica). La edad de oro de la ebanistería se produjo en la Francia de los Luises, donde se alcanzaron altos niveles de calidad y refinamiento, sobre todo gracias a la obra de André-Charles Boulle, creador de una nueva técnica de aplicación de metales (cobreestaño) sobre materiales orgánicos (careymadreperlamarfil) o viceversa. Entre las obras de Boulle destacan las dos cómodas del Trianón, en Versalles, y el reloj de péndulo con el Carro de Apolo en Fontainebleau.



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Bóveda de la iglesia de San Ignacio.

Su obra maestra, las perspectivas ilusionistas en los frescos1 de la cúpula, el ábside y el techo de la iglesia jesuita de San Ignacio de Roma (las ilustraciones se ordenan de derecha hacia abajo) fueron pintados entre 1685 - 1694 y son una creación notable y emblemática del alto Barroco romano
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domingo, 4 de junio de 2017

El Palacio de Atxega-Arquitectura Barroca

El Palacio de Atxega



Se trata de un edificio barroco del siglo XVIII, construido sobre una edificación preexistente del siglo XVI de la que todavía se conservan vestigios integrados en la fábrica del actual.

 Linazasoro, 1969

 Era casa solar y palacio de la familia Atxega, cercano a la plaza, en el barrio de Elizalde, en una eminencia sobre el vado del rio Oria. Otra casa de dicho barrio se denomino Atxegazarra.

Su edificio en lo primitivo fue de grande representación y autoridad, por ser Casa fuerte.

En el primer tercio del s XIV era el Señor del solar y palacio de Atxega, Miguel Ibañez de Atxega, que sirvió junto a sus parientes en la batalla del Salado, junto al rey de Castilla don Alfonso XI, alla por el año 1340.

Nombrado en 1964 monumento histórico de Usurbil, el Palacio Atxega fue posteriormente rehabilitado e inaugurado como Hotel en Abril del año 2000.